Esta es una nueva «chafardería» de esas que cuenta mi amigo invisible. Cosas que van más de voz en voz que de papel en papel y así llegan a nosotros, generalmente con algo de chistoso en sus narraciones. Esta vez es haciendo mención a los estrenos y lo poco representativos que son a veces del éxito o el fracaso final de la obra. Esta es:
«Il barbiere di Siviglia» tal vez sea una de las óperas más famosas de toda la historia. Sin embargo, si nuestros antepasados se hubieran quedado con lo que fue su estreno, probablemente no nos hubiera llegado y nos hubiéramos perdido una verdadera obra maestra del gran Gioacchino Rossini.
El primer responsable fue el Duque Cesarini que actuó como empresario para conseguir el estreno de esta ópera en el Teatro di Torre Argentina de Roma. Sin embargo antes de eso, tuvo que superar las mil y una dificultades, desde enfermedades de los cantantes, pasando por problemas varios con la orquesta y acabando por tener que soportar la gran cantidad de detractores que, antes de oir una sola nota, ya se oponían a que Rossini se hubiera atrevido a utilizar el mismo argumento y título que Paisiello había estrenado tiempo atrás. La tensión era tal que Rossini la tituló «Almaviva, ossia l’inutil precauzione» para no herir en demasía a los seguidores del primero. En fin, toda una suma de infortunios que dañaron tan seriamente la salud del pobre Duque Cesarini, que murió de un ataque cardíaco precisamente el día en que debía estrenarse la ópera,el 16 de febrero de 1816.
Finalmente, el telón se alzó el 20 de ese mismo mes. Lo que ocurrió esa noche ha llegado hasta nosotros gracias a la crónica de una mezzosoprano, Gertrude Righetti Giorgi, que cantó en la primera función. Empieza contando que al tenor Manuel del Popolo Vicente García (padre de la famosa María Malibrán) se le rompió una cuerda de la guitarra con la que se debía acompañar al interpretar un «aire andaluz»(Que nadie se devane los sesos intentando recordarlo porque desapareció de la partitura). Con este incidente, el público ya empezó a reír sin atender lo que cantaba el tenor. La hilaridad subió unos grados cuando Rosina dice «Sigue, oh querido! Ah, sigue así!», cuando aquello estaba resultando un fracaso, y el pobre tenor estaba allí plantado con la cuerda de la guitarra partida en dos.
Mientras tanto un gato negro se paseó tan campante por el escenario. No había pasado mucho rato cuando el bajo Zenobio Vitarelli tropezó entre bastidores, sin embargo salió a cantar su aria «La calumnia» cubriendo su maltrecha y sangrante nariz con un pañuelo. Las risas eran generales y sonoras en ese momento ya.
Cuando al final del primer acto la música pasa de ser alegre y festiva a adquirir un tono más serio y grave …, un espectador, al que posiblemente le hubiera gustado que continuaran las risas, gritó con voz bien audible «¡Esto parece el funeral de Don Coglione!». Con este «cariñoso» apelativo se conocía al desgraciado empresario que había fallecido hace tan sólo unos días.(D.C. eran las iniciales del pobre Duque Cesarini).En ese momento ya nada podía poner freno a la juerga que se había organizado en el patio de butacas. El segundo acto lo soportó Rossini imperterritamente, a pesar de que fué un recital de silbidos, risotadas y gritos.
Al día siguiente, Rossini, rompió la partitura del «aire andaluz» y la cambió por la serenata que oímos actualmente. En la segunda función las aguas volvieron a su cauce y la representación transcurrió sin incidentes, pero Rossini no asistió. Esperó tranquilamente en su casa.
Con ese tono simpático se inserta el siguiente video: