Dicen que las joyas pueden ejercer fascinación en muchas personas, en especial en algunas mujeres. Hay múltiples referencias a esta fascinante relación. Podemos recordar frases como:
- «Los mejores amigos de las mujeres son los diamantes» (M. Monroe)
- «Lo único que me viene bien es ir a Tiffany’s, porque nada malo me puede ocurrir allí» (Desayuno con diamantes)
- «Nunca he odiado tanto a un hombre como para devolverle sus diamantes» y » No me regalen flores, duran un día y hay que agradecerlas toda la vida, mejor un diamante, dura más» (Zsa-Zsa Gabor)
¿Y en la ópera? Seguro que vienen varias escenas a la mente. Entre todas ellas, brilla como la joya más preciada, la famosa «Aria de las joyas» de la ópera Faust de Gounod.
En ella, la sencilla Marguerite aparta a un lado el ramo de flores que le ha dejado su enamorado Siebel, y se lanza a abrir el cofre de las joyas que le ha dejado Faust, instigado por Méphistophélès, lo que provoca en ella un estado de «locura temporal» al verse adornada de esa manera. Méphistophélès, que sabe más por viejo que por diablo y no se ha olvidado de dejar dentro del cofre algo tan imprescindible para una mujer como es un espejo.
A continuación, se insertan varias interpretaciones, empezando por Mirella Freni, la versión más ortodoxa de las que se muestran.
Renée Fleming, sin joyas.
María Callas, en una versión algo más larga.
Anna Netrebko, con una explicación previa.